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ARTE Y METAPOLÍTICA EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XX: DALÍ-FRANCO
«La Revolución Rusa es la Revolución Francesa que llega tarde, por culpa del frío».
Salvador Dalí
«No te empeñes en ser moderno. Por desgracia, hagas lo que hagas, es la única cosa que no podrás evitar ser».
Salvador Dalí
«Franco y Dalí, Dalí y Franco: no una extravagante simpatía que ocultar o deformar, sino una compleja relación llena de fascinantes recovecos y que contiene tal vez más de una clave decisiva para nuestro propio futuro».
Antonio Martínez, «El Manifiesto».
El mundo del arte dió en España a dos figuras excepcionales de fama mundial en pleno siglo XX: Antonio Gaudí y Salvador Dalí; el primero destacó sobremanera en el mundo de la arquitectura, el segundo en la pintura. Las obras que ambos artistas efectuaron a lo largo de sus vidas, fueron de una gran riqueza simbólica y muchas de ellas con una gran carga mítica, precisamente en un mundo horriblemente desacralizado, profano y materialista, además de anti-mítico y anti-simbólico por definición; y ambos siguieron, cada uno a su manera, una particular «vía mística». Esto último estuvo más claro en Gaudí, devoto y practicante católico integrista; en el caso de Dalí, su misticismo sui géneris tuvo caracteres bastante problemáticos… Lo que en uno era religiosidad devocional (externamente, claro…), introspección, abandono «del mundanal ruido», austeridad verdaderamente espartana, desprecio por el lujo, la pomba y el boato, desapego, sobre todo en la fase final de su vida; en cambio en el otro, pese a su teórico catolicismo –nacionalcatolicismo incluso- muy ligado a los grandes mitos legendarios patrios (Santiago Apóstol, Covadonga, Don Pelayo, la Reconquista, el Cid, el Descubrimiento de América, la Virgen del Pilar, Felipe II, etc.), era todo lo contrario: excentricidad, exhibicionismo, extravagancia, gusto por el escándalo, la provocación y una aparente superficialidad; y decimos aparente, porque Salvador Dalí lo tuvo muy claro en este sentido por comentarios que hizo a lo largo de su vida del tipo: «Las sociedades democráticas no son aptas para la publicación de revelaciones estruendosas como las que tengo la costumbre de hacer». El desprecio de Dalí hacia las sociedades burguesas y liberales, que le agasajaban sin ni siquiera llegar a comprenderle ni por asomo, era absoluto; le repugnaban la democracia y las sociedades de masas a las que consideraba -y con razón-, pura basura; «el payaso no soy yo, sino esa sociedad tan mostruosamente cínica e inconscientemente ingenua que interpreta un papel de seria para disfrazar su locura». Salvador Dalí, simbólicamente «cabalgando el tigre» en medio de un mundo en ruinas, tigre que finalmente acabaría devorándole a él; es lo que tiene seguir una muy personal y autónoma vía autónoma hacia la trascendencia, al margen de una verdadera doctrina tradicional y sapiencial ortodoxa; como hemos dicho más arriba, su nacionalcatolicismo fue siempre muy peculiar, incluso en el denominado «período místico» donde elaboró -a nuestro juicio- lo mejor y más florido de su obra pictórica…
Ernesto Milá en su estupendo libro sobre el genio ampurdanés (1), apunta una teoría muy interesante. Dentro de las dos vías autónomas hacia la trascendencia y de realización del ser que señala la Tradición Sapiencial, a saber, la Vía de la Mano Derecha y la Vía de la Mano Izquierda, según la tesis muy sugestiva de Milá concretamente Antonio Gaudí encarnaría la primera, mientras que Salvador Dalí encarnaría la segunda; mientras el primero era todo contención y recogimiento, el segundo todo lo contrario, exceso y desenfreno: «La vía de Gaudí puede ser considerada, desde el punto de vista del esoterismo tradicional como la ‘Vía de la Mano Derecha’, aquella que consiste en una fuerte ascesis interior de carácter purificador. Si la hemos llamado ‘vía autónoma’ es porque fue construida espontáneamente por Gaudí, acumulando experiencias interiores… no hay duda que Gaudí fue católico, pero tampoco caben dudas de que fue más allá del mero catolicismo devocional»; en este sentido, no hay nada más que ver y estudiar sus fabulosas construcciones, están repletas todas ellas de simbolismo tradicional, pre-cristiano y cristiano, incluso en la versión más esotérica de éste último (el Grial, el Pelícano, la Cruz de Seis Direcciones, la Cruz Tau, la Rosa+Cruz, etc). En cuanto al pintor ampurdanés, éste encarnaría la Vía de la Mano Izquierda (2), una vía mucho más peligrosa de seguir y más en tiempos de degradación y de disolución mundial como los presentes; en el esoterismo extremo-oriental a esta vía de realización del ser se la denominaba simbólicamente como «Cabalgar el Tigre». A este respecto Ernesto Milá dice de Dalí que, «su catolicismo -muy sui generis, por lo demás- dista mucho de ser de la misma naturaleza que el gran arquitecto (Gaudí). Ambas personalidades son, en esencia, diferentes. Dalí es un espíritu mundano que desprecia a la burguesía y a los ‘dalinianos’, pero que comparte con ellos su vida por que en el fondo, vive de ellos; le repugnan la mayoría de sus admiradores y los suele tratar con palabras más que descarnadas e hirientes que, en muchos casos, los interesados ríen como si se tratase de una originalidad más. La mundanidad es algo impensable en Gaudí…» En Occidente, concretamente surgida en Grecia, tenemos una doctrina análoga a la vía tántrica extremo-oriental y que acabó ejerciendo cierta influencia en la romanidad tardía; estamos hablando del Epicureísmo (3), escuela filosófica que surgió en Atenas a finales del siglo IV antes de Cristo; tal doctrina abogaba por la ausencia -evidentemente para el hombre verdaderamente diferenciado-, de preocupaciones y por el disfrute de todos los placeres de la vida (felicidad, dicha, bienestar, fortuna, riquezas), pero todo ello sin perder el Eje ni el Centro, siguiendo siempre y a pesar de todo, un Norte y una Guía existenciales, vivir y deambular sin huir del «mundanal ruido», pero sin dejarse arrastar por la corriente general de la subversión y de la desintegración, «vivir hacia dentro de uno mismo, y no descentrado y desprincipiado» (Antonio Medrano), siempre buscando, aún dentro del caos y de la degradación –en los infiernos-, un principio de Orden, desapego y decondicionamiento. Como diría Julius Évola, «manteniéndose en pie en medio de un mundo en ruinas».
Muchos modernos y postmodernos, llevados por una imbecilidad y desconocimiento verdaderamente supinos, han interpretado la doctrina de esta escuela filosófica erróneamente, como una mera vía hacia el hedonismo más absoluto, craso error; a tal respecto el fundador de dicha escuela nos dejó escrito: «Cuando decimos que el placer es el fin, no queremos entender los placeres lujuriosos y libertinos, como dicen algunos ignorantes de nuestra doctrina o contrarios a ella; sino que unimos la ausencia de dolor de cuerpo con la tranquilidad del ánimo. No son los convites ni los banquetes, ni el disfrute de muchachos y mujeres, ni de pescados y otros manjares que pueden darse en una suntuosa mesa los que hacen dulce la vida, sino un sobrio raciocinio que investiga perfectamente los motivos de toda la elección y de todo rechazo… el hombre lúcido y prudente sabe discriminar y este operar lo hace feliz. El dolor procede de apetitos desordenados no discriminados según la inteligencia, esto es vivir irracionalmente devorado por las pasiones y apetitos torcidos. El hombre inteligente, por el contrario, se abstrae de toda posible perturbabilidad refugiándose en la autarquía, el autodominio, el señorío de sí mismo. La autarquía desemboca, por su parte, en la ataraxia, la imperturbabilidad, la serenidad interior» (Epicuro de Samos). Evidentemente, Dalí encajaba muchísimo más en esta concepción del mundo que Gaudí, aunque sólo en parte, por que al final acabará vitalmente destrozado, desquiciado y desequilibrado (pérdida de la «autarquía interior», del «señorío de sí mismo»), como todo aquel que camina sobre el filo de una navaja o que «cabalga el tigre» (4), sin firmes asideros espirituales y metafísicos, como fue en su caso.

EL DALÍ METAPOLÍTICO
Salvador Dalí, durante buena parte de su vida siempre sintió cierto desapego y distanciamiento hacia la política mundana –apoliteia-, pero no hacia cierta metapolítica –más allá de la poítica-, su admiración hacia grandes figuras políticas del siglo XX como Hitler, Mussolini, Franco, José Antonio Primo de Rivera, incluso Lenin o Mao Tse Tung, fue por la «dimensión mítica» que entreveía tras estos personajes históricos, independientemente de que estos fueran «buenos» o «malos». A su regreso a España en 1948, a medida que se fue empapando -a su manera, claro-, del misticismo nacionalcatólico del que hacía gala el Estado del 18 de Julio y personificado en la figura «mítica» de Francisco Franco, así como del rico simbolismo y ritual que le acompañaba a través de las organizaciones del Movimiento oficial, poco a poco fue vinculándose más y más hacia cierta «Derecha» tradicional y metapolítica, abandonando totalmente los ideales revolucionarios juveniles, abogando por una verdadera Monarquía, condenando la democracia, el liberalismo, el igualitarismo, el maquinismo, la uniformización, la medicina moderna y todo tipo de aberración colectivista, manifestándose a favor de la jerarquía, de una Aristocracia del Espíritu (frente a la del blasón), de la autoridad, de la estética, de la diversidad, de los valores de la personalidad frente a la masificación, de la metafísica, por un «verdadero Renacimiento», por la Magia y por la Tradición; «creo, solo en la suprema realidad de la Tradición», decía Dalí. Decía vivir en medio de una era vulgar, y que la vulgaridad había que superarla «verticalmente», al mismo tiempo que había que desproletarizar por completo a la sociedad (precisamente hoy el demonismo globalista busca exactamente lo contrario); también hablaba de una verdadera «revolución cultural» y «mística» que disolviera los fundamentos en los que se asentaban las podridas sociedades burguesas y democráticas para, así, volver a restaurar la Tradición: «No es verdadera revolución sino la que vuelve a encontrar la Tradición oculta bajo el polvo de la falsa tradición». Re-volvere, volver a poner, volver a la restauración de la Norma, al Centro, al Origen, a la Verdad, a los eternos valores del Espíritu…
Nos cuenta Juan de Ávalos, hijo del famoso escultor de la Basílica del Valle de los Caídos, obra cumbre -y extraordinaria- del nacionalcatolicismo franquista, un curioso episodio; sabemos que Salvador Dalí fue uno de los primeros intelectuales españoles en adherirse entusiasta al Movimiento Nacional en 1937; pues resulta que recién finalizada la Cruzada en 1939 presentó a la Falange un proyecto monumental calificado de «macabro»: «Propuso incluso a la Falange un monumento conmemorativo bastante extravagante. Se trataba de fundir juntos, confundidos, los huesos de todos los muertos de la guerra. Luego, en cada kilómetro, entre Madrid y El Escorial, se alzarían una cincuentena de pedestales sobre los que se colocarían esqueletos hechos con los huesos verdaderos. Estos esqueletos serían de tamaño progresivamente mayor. El primero, a la salida de Madrid, tendría sólo unos centímetros de altura. El último, al llegar a El Escorial, alcanzaría los tres o cuatro metros». Parece ser que el proyecto no gustó nada a Franco y finalmente fue rechazado, pero aquí fue donde empezó una relación de amistad y hasta de admiración mutua entre ambos genios de la España del siglo XX (5); en una ocasión incluso, llegó hasta a decir que los dos grandes inspiradores de su obra eran la Santina (la Virgen de Covadonga) y el Caudillo, algo que hoy horrorizaría a cualquier mequetrefe progresista o politicamente correcto. Evidentemente Salvador Dalí, como señala Ernesto Milá, fue uno de los poquísimos artistas «modernos» para los que los símbolos no eran simples signos mudos, vacíos, sino portadores potenciales de ideas suprasensibles y metafísicas. De ahí su fascinación por el simbolismo y la parafernalia que acompañaban a las Monarquías sagradas de antaño, así como a los modernos estados y grandes líderes totalitarios del siglo XX, ello frente a la mentalidad anti-simbólica y frente a la repugnante y mezquina mediocridad del burguesismo liberal, caracterizado por su inmundicia, su bajeza y de una pobreza simbólico-doctrinal sin límites.
«En la Monarquía coexisten la máxima autoridad con las máximas posibilidades para el individuo. Heterogeneidad abajo y unidad arriba… siempre he sido anarquista y monarquista. Monárquico en orden. Para que la anarquía sea de nosotros, los de abajo, sea protegida por el orden de arriba. Y la Monarquía es el orden perfecto». Este era el concepto que Dalí tenía de su «Monarquía-anárquica»; máxima jerarquía, aristocracia, totalidad y autoridad en la cúspide del Estado y de la sociedad, y máxima libertad y pluriformismo en la base –«la Libertad dentro de un Orden» como dijera José Antonio Primo de Rivera, líder al que también admiraba profundamente-; era el tipo de Monarquía sagrada con la que soñaba e idealizaba Dalí (y muy posiblemente también, el mismo Franco), pero que era totalmente incompatible con la cosmovisión moderna o postmoderna, es decir, que una Monarquía liberal, democrática y parlamentaria -paródica y caricaturesca en definitiva-, no es nada más que una patraña y una farsa, una especie de República coronada donde la figura del rey es la de un simple fantoche que ni reina ni gobierna, un mero títere al servicio de la partitocracia y de la plutocracia («El Augusto Cero» como calificaba el gran Juan Vázquez de Mella a los monarcas liberales), por ello la «Monarquía del 18 de Julio» o la «Monarquía del Movimiento Nacional» instaurada por Franco -y con la que se identificaba Dalí-, nació ya muerta el mismo 22 de Noviembre de 1975 (6).

DOS GENIOS QUE SE ADMIRABAN MUTUAMENTE
“Un santo, un místico, un ser extraordinario”
Salvador Dalí sobre Francisco Franco
«Dalí no solo simpatizó con cierto franquismo sino que además conoció personalmente al dictador y compartió con él momentos de intimidad. Pintó un retrato de su nieta y dedicó un poema al entonces Príncipe de España, sucesor de Franco. Hay que ser claros: Dalí sedujo a Franco y la simpatía fue mutua. ¿Sobre qué se basó?» (Ernesto Milá). Efectivamente, la admiración y simpatía fue mutua; en 1964 el Gobierno de Franco le concedió la Gran Cruz de Isabel la Católica y Dalí en 1972 donó toda su obra al Estado español (para mayor rabieta de la chusma separatista; curiosamente, no tiene ninguna calle dedicada en Barcelona…), además de financiar su Teatro-Museo de Figueras inaugurado en 1974. Desde que se instaló definitivamente en España en 1948, concretamente en Port Lligat, nunca dejó de proferir elogios hacia la figura del Caudillo al que veía como un Mito viviente o como a una figura sagrada y metahistórica, ello para mayor escándalo de la morralla intelectualoide y politiquera del mundo demoliberal y plutocrático. Tan grande fue la admiración que Dalí tuvo por la figura del Caudillo, que cuando éste murió el 20 de Noviembre de 1975, le sorprendió en una reunión en Nueva York; cuando le comunicaron la noticia del fallecimiento de Franco, Dalí pidió que lo dejaran solo y lloró, quizás intuyendo lo que se avecinaba para España con la desaparición de su último escollo para que ésta cayera definitivamente y como fruta madura, presa y víctima bajo la dominación de la subversión mundial vencedora en 1945 tras la II Guerra Mundial, como así acabó siendo; con razón el pensador tradicionalista Álvaro d’Ors, dijo que Franco ganó la Guerra de 1936-39 pero sin embargo perdió la de 1939-45, aún sin haber participado directamente en ella, ya que los vencedores de esta última fueron los «eternos» enemigos -físicos y metafísicos- de España, y que de ninguna manera iban a permitir una supervivencia post-franquista en España tras la muerte del Caudillo; los treinta años que van desde la finalización de la II Guerra Mundial a la muerte del Caudillo, fueron como una especie de prórroga como luego vimos… Recordar que, un pequeño indicio de ello se dio ante la avalancha de protestas internacionales y delirantes manifestaciones de odio antiespañol del mundo plutocrático (con ataques y asaltos a nuestras embajadas, amenazas de expulsión de ciertos organismos internacionales, etc), -y con el maldito, antiespañol y traidor Vaticano incluido-, ocurridas en Octubre de 1975 tras el más que justo fusilamiento de tres criminales de ETA y otros 2 del FRAP; Dalí no sólo apoyó totalmente la política del Caudillo, sino también sus decisiones antiterroristas para mayor escándalo y sonrojo de la repugnante progresía bienpensante de las decadentes democracias occidentales; en la última aparición pública de Franco en la Plaza de Oriente, el 1º de Octubre de 1975, con motivo del XXXIX Aniversario de su Exaltación a la Jefatura del Estado, y también como manifestación de repulsa contra las injerencias extranjeras en los asuntos patrios, ante cientos de miles de seguidores, Dalí manifestó emocionado que el Caudillo era “el mayor héroe de España”; para que luego imbéciles varios que buscan cierta «homologación sistémica» del artista, digan que el franquismo de Dalí era impostado, falso o de pura apariencia. Al fin y al cabo, como decía el mismo Salvador Dalí, «la televisión es el mayor instrumento de cretinización existente en el mundo de hoy», al igual que todos los medios de «información» de masas del putrefacto sistema democrático (decía mofándose que siempre leía las noticias de los periódicos al revés para poder entenderlas mejor), aunque la telebasura se lleve la palma y sea hoy el mejor medio de difusión del demonismo globalista e infrahumano; ya sabemos que algo tan democrático como son la información y la propaganda sistémicas (machacantes y destructivos lavados de cerebro), son en definitiva la contrafigura paródica y siniestra -diabólica- de la verdadera Cultura, así como de la formación integral del individuo. Arte, Mística, Espiritualidad, Metafísica, Metapolítica frente a las fuerzas disolutas y desintegradoras de la Modernidad, este era en esencia el verdadero sentido que Dalí daba al concepto que él tenía sobre la verdadera «Revolución Cultural» (7). .
«Desde la revolución francesa se ha desarrollado una tendencia viciosa y cretina a considerar a un genio como un ser humano igual en todos los sentidos a los demás». Salvador Dalí genio y figura hasta la sepultura; Franco, por otro lado, en una ocasión dijo en privado una frase hoy tan ridiculizada como incomprendida, y que suele despertar mofa entre los «terroristas de la pluma», como Onésimo Redondo llamaba a la basura periodística: «haga como yo, nunca se meta en política»; evidentemente cuando el Caudillo hizo tal afirmación se estaba refiriendo a la «pequeña política», a la política estrecha, cortoplacista y corta de miras tan consustancial a la demencia democrática, burguesa y liberal; por contra, el Caudillo siempre habló de otra política eminentemente superior, la política como «acto de servicio», como Milicia, la política ejecutada de forma sacral, solar, uránico-viril -verdaderamente regia-, como un acto de Servicio y de Sacrificio al frente de la Comunidad Popular, la política como función «casi divina» (José Antonio), la política que mira más por las futuras generaciones que por unas próximas elecciones. Así entendían tanto Franco como Dalí la verdadera política, como un verdadero Arte; la Gran Política: Metapolítica, «más allá de la política», Metafísica de la política…
Finalmente, el gran Dalí falleció de un infarto el 23 de Enero de 1989 con casi 85 años. Se murió mientras escuchaba su ópera favorita «Tristán e Isolda», de su admirado compositor alemán Richard Wagner. Fue enterrado en la cripta de su Teatro-Museo de Figueras, frente a la iglesia de Sant Pere, donde había sido bautizado y donde había hecho su Primera Comunión. El Alfa y el Omega de una vida ciertamente fascinante, alocada en muchas ocasiones, también cargada de oscuros episodios y de siniestras y tormentosas figuras, vida de fuertes contradicciones y también de «afirmaciones soberanas», de geniales intuiciones y de conductas autodestructivas, todo ello como todo aquel que durante su vida ha caminado «sobre el filo de una navaja», siempre al borde del abismo, o que ha vivido -o ha elegido vivir mejor dicho- existencial y voluntariamente en «las regiones más oscuras y subterráneas del Infierno».
«El verdadero pintor es aquel que es capaz de pintar escenas extraordinarias en medio de un desierto vacío. El verdadero pintor es aquel que es capaz de pintar pacientemente una pera rodeado de los tumultos de la Historia» (Dalí). Y así debería ser un verdadero artista en lo político, como así debe ser la Gran Política…
¡¡¡SALVADOR DALÍ PRESENTE!!!
FUERZA HONOR Y TRADICIÓN
Juan Montis-Christus
NOTAS:
- «Dalí entre Dios y el Diablo. Lo mágico y lo paranormal en su vida y en su obra». Ernesto Milá, 2002. Libro extraordinario y muy aconsejable. Los capítulos VII («La Política Hermética») y IX principalmente, para enmarcar, muy interesantes desde el punto de vista metapolítico y que nos dan unas pinceladas sobre la visión del mundo daliniana.
- Ernesto Milá, en su libro «El Misterio Gaudí» -también genial-, señala a otra figura dentro de lo que podríamos denominar como «una muy particular vía hacia la trascendencia»: Adolf Hitler. Se da el caso curioso de que Hitler, fundador del Partido Nacional Socialista Obrero Alemán primero, y del III Reich después, se consideró siempre antes «artista» que político. Amante de la pintura y de la arquitectura, siempre soñó con transformar el Estado por él fundado y liderado en un «Estado Artístico». Ernesto Milá también adscribe a Adolf Hitler dentro de la «Vía de la Mano Izquierda», pero el Caudillo alemán al hacerlo también -al igual que Dalí-, al margen de una doctrina verdaderamente tradicional ortodoxa y sapiencial, acabó degenerando en el titanismo más absoluto y en una enloquecida «voluntad de poder» verdaderamente demoníaca que lo condujo a la catástrofe, la suya y la de todo el gigantesco Movimiento que lideraba y que giraba en torno a su figura ciertamente enigmática. Por otro lado, Dalí sintió también una especial fascinación por la figura de Hitler al que llegó a dedicar tres cuadros, el primero en 1939, poco antes del estallido de la II Guerra Mundial: «El Enigma de Hitler», casi como si fuera una premonición de lo que se avecinaba; curiosamente uno de los pintores que más influenció a Salvador Dalí fue precisamente Arnold Böcklin, pintor suizo del siglo XIX, encuadrado en el movimiento artístico del simbolismo y muy admirado también por Adolf Hitler. Ambos encontraban fascinante y enormemente místico el trabajo de este pintor hoy olvidado. «El Führer compró su trabajo más famoso: “La isla de los muertos”, misma de la que había cinco versiones distintas. Pero a pesar de ser un gran pintor, Böcklin quedó en el olvido. Cada trazo clásico nos recuerda el mundo moderno en el que el pintor tampoco parecía encajar, pero cuyo modo de pintar cambió todo». (Pola Sierra). Las obras de este pintor muy influenciado por el romanticismo y por el simbolismo, estaban cargadas de una atmósfera mítica, siniestra muchas veces, «sus obras bosquejan figuras fantásticas, mitológicas, bajo construcciones provenientes de la arquitectura clásica (que revelan a menudo una obsesión con la muerte), creando un mundo extraño, de fantasía (Alfred Heinrich Schmid); obras que influenciaron mucho en Dalí y en su método «paranoico-crítico».
3. Epicuro de Samos, (341 a.C.nació en Samos, y falleció en Atenas en 271/270 a.C.).
4. En el simbolismo extremo-oriental, el tigre representa a las fuerzas del caos y de la disolución, a la subversión. Simbólicamente, cabalgarlo significa dominar, controlar a dichas fuerzas manteniéndose firme en la montura sin caer, hasta que dichas fuerzas caigan por su propio peso, rendidas por agotamiento. En Europa, concretamente en el mitraismo, la figura del toro y de su sacrificio tenían un simbolismo análogo, y del cual el rito del toreo en tiempos modernos es como un eco degradado de dicho mito sagrado, simbolismo el del toreo que también siempre fascinó a Salvador Dalí.
5. «En realidad, Dalí admiró política y humanamente a Franco por motivos muy próximos a esta preferencia suya por la forma monárquica. Definía a Franco como “el colmo de la calma” y afirmaba que, como gallego, poseía un carácter muy conveniente para gobernar el anarquismo del pueblo español. Sin embargo, no se trata aquí sólo de una especial aptitud psicológica, de ese proverbial silencio de Franco, de su flema, reserva y circunspección galaicos, tan convenientes para el estadista obligado a tomar de continuo graves decisiones. Dalí, simultáneamente ultramoderno y ultraconservador a su personalísima manera, comprendía que Franco, mucho más que en ámbito del puro fascismo, se situaba en la tradición espiritual de Felipe II: un Felipe II que construyó el monasterio católico-hermético del Escorial y que, muy significativamente, admiraba a El Bosco muchas de cuyas obras poseía– del mismo modo que Franco lo hacía con Dalí. Felipe II, gran rey que hubo de afrontar unas circunstancias trágicas, comprendía bien la vocación universal y el destino meta-histórico de España. También hizo lo propio Franco, por mucha mofa –tan sarcástica como superficial– que se haya hecho del tópico de la “reserva espiritual de Occidente” y de otras nociones análogas, tan queridas durante décadas para los intelectuales del Régimen» (Antonio Martínez). En una ocasión Dalí manifestó la sorpresa que se llevó, cuando descubrió que uno de los pintores favoritos de Franco era precisamente uno de los pintores que también a él más le fascinaban: el pintor barroco neerlandés Johannes Vermeer van Delft(1632-75). Hay que señalar que Franco, también fue un apasionado de la pintura y de la arquitectura, y siempre quiso instaurar en el Movimiento por él fundado y liderado una cierta ética y estética en este sentido, aunque la involución -en todos los sentidos, también en los aspectos cultural y artístico- que sufrió el Estado del 18 Julio a partir del hemistiquio de 1956-59, haría fracasar estrepitosamente esa iniciativa verdaderamente revolucionaria; de la España misional de la Cruzada pasamos a la España de la «estabilización», del «desarrollo», la «tecnocracia» y de la locura consumista, en definitiva «la muerte del espíritu del 18 de Julio» como ya en los años 60 denunciaban muchos prohombres del Régimen. No obstante, para Salvador Dalí todo esto carecía realmente de importancia, lo fundamental para sus concepciones metapolíticas era el gran caudal de gran símbolos -muchos de ellos míticos-, la parafernalia ritual y cultual que acompañaban a la figura del Caudillo y del Sistema por él fundado y liderado, símbolos que conectaban a esa España en la que estaba viviendo con la Gran España de los mejores tiempos, con la España de Covadonga, de la Reconquista, de Los Reyes Católicos, del Siglo de Oro. Hay un par de libros de cierto interés, ya que no hay mucho sobre ello, que incide en la temática del arte en general y de la cultura durante el franquismo, aparte de la ideología y comentarios sesgados de sus autores, claro está: «Arte e Ideología en el Franquismo (1936-51)» y «La Estética en el Franquismo»; en ambos libros, más o menos, se concluye en que efectivamente hubo una ética y una estética concretamente durante el denominado «primer franquismo» (1936-59), o mejor dicho, una aplicación o manifestación cosmovisional del «espíritu del 18 de Julio»en las expresiones y afirmaciones artístico-culturales del Nuevo Estado. Hoy es normal en esta españita apocada, demenciada y ultradegradada, que se vean todas estas manifestaciones del franquismo por parte de una masa imbécil, envenenada, desalmada y analfabeta como obras «carcas», «anacrónicas», «oscuras», «retrógadas», «megalómanas», «imperialistas», «totalitarias», etc, etc, etc…
6. El 22 de Noviembre de 1975, el Príncipe D. Juan Carlos de Borbón fue proclamado Rey de España por las Cortes Orgánicas y el Consejo Nacional del Movimiento que se incluía en ellas, tras jurar sobre los Santos Evangelios fidelidad a la herencia recibida (franquismo, Estado del 18 de Julio), y guardar y hacer guardar las Leyes Fundamentales del Reino y demás Principios que informaban el Movimiento Nacional. Apenas un año después (18-XI-1976, «La Traición de Noviembre»), esas mismas Cortes Orgánicas y ese mismo Consejo Nacional del Movimiento, aprobarían masivamente una «Ley de Reforma Política» que reformar, no reformaba absolutamente nada, sino que destruía por completo todo el sistema jurídico-político e institucional franquista, abriendo nuevamente a España hacia la democracia burguesa y liberal, algo que detestaban por igual tanto Franco como Dalí. Por eso decíamos que la soñada «Monarquía del Movimiento Nacional» instaurada por Franco, nació ya muerta tras la «coronación» del Perjuro…
7. Precisamente el que fuera Ministro de Trabajo durante la mayor parte del denominado «primer franquismo», el falangista de la Vieja Guardia José Antonio Girón de Velasco, dijo que el franquismo acabó fracasando finalmente por no haber hecho o abordado, o no haber sabido hacer, la única revolución que le faltaba, habiendo efectuado con mayor o menor éxito -según él manifestó, claro- la política, la social, la agraria, la industrial: la Revolución Cultural…
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