Julius Evola. Septentrionis Lux


EL HOMBRE DE LA TRADICIÓN (IV): EL DEBER
octubre 4, 2012, 8:31 pm
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El accionar (o más bien el agitarse) del hombre moderno suele responder, eminentemente, a tres causas:
-La de la reacción ante un estímulo, sea sensorial (p. ej., erótico-sexual), sea emocional (amor, odio, pasión,…) o sea psicosensorial (p. ej., el debido a los mensajes publicitarios -explícitos o subliminares- que provocan la sed consumista). A propósito de esto sería ilustrativo remozar en nuestra memoria una enseñanza del I Ching o «Libro de las Mutaciones» (cuyos primeros textos se suponen escritos hacia el año 1.200 a. C.) que afirma que «el odio es una especie de participación por la cual uno se liga al objeto odiado».
-La de la dependencia hacia formas diversas de alienación del individuo: la concupiscencia sexual, el alcohol, las drogas, la ludopatía,…
-La de la búsqueda del beneficio, del provecho, de la ganancia o del rédito. Esto es, del conseguir algo a cambio -y como resultado- de la acción y/o del trabajo realizado.
Sin embargo no es por estos derroteros por los que debe moverse el tipo de hombre diferenciado que tiene como arquetipo al Hombre Absoluto; al Hombre Integral que también conocemos como Hombre de la Tradición. No es, señalábamos, por estos derroteros sino por los del cumplimiento del deber por los que debe orientarse. El hombre diferenciado debe hacer lo que debe ser hecho, independientemente de cuáles puedan ser los resultados obtenidos; independientemente de si llega a conseguir unos fines concretos o no. Independientemente de si arriba a ciertas metas o no las alcanza.
Es en esta línea en la que en nuestro ensayo «Evola frente al fatalismo» (https://septentrionis.wordpress.com/2010/08/19/evola-frente-al-fatalismo/) reproducíamos una cita autoría de un encriptado grupo de personas que allá por los años ´70 de la pasada centuria redactaron una serie de interesantes escritos que bebían del legado Tradicional transmitido por Julius Evola y que firmaban sus escritos como «Los dioscuros». Cita en la que decían que “nosotros encendemos tal llama, en conformidad con el precepto ariya de que sea hecho lo que debe ser hecho, con espíritu clásico que no se abandona ni a vana esperanza ni a tétrico descorazonamiento.”
Los textos sapienciales del hinduismo señalan que tal manera de actuar haciendo lo que en cada momento debe ser hecho -sin hacerlo buscando algo a cambio- adecúan al hombre con el dharma, esto es, con la ley cósmica-natural que se altera cada vez que alguien no obra como debe obrar, esto es, no obra buscando la perfección que está en sintonía con el equilibrio del cosmos y con la armonía con la que fluyen las fuerzas sutiles que forman el entramado metafísico del cosmos y provoca, con su desviado actuar o con su indolencia, desajustes en esa armónico fluir nouménico del mundo manifestado.
Mirumoto Jinto, en el «Código del Bushido», comenta que «la perfección es una montaña intangible que debe ser escalada diariamente», en lo cotidiano, en la más nimia de nuestras actividades y en el menos trascendente de nuestros pensamientos.

El actuar externamente en lo cotidiano buscando un provecho -sea del tipo que sea- esclaviza al hombre al objeto buscado o al fin perseguido y acaba convirtiendo su vida no en un in-sistere (ser hacia dentro) sino en un ex-sistere (ser hacia fuera) que le convierte en dependiente y que le barra el paso a cualquier tipo de introspección que pudiera conducirle por el camino del descondicionamiento con respecto a todo aquello que ata y aliena al ser humano.
«El Hombre Reintegrado concibe a la totalidad del cosmos de manera unitaria, ya que, no en vano el origen de éste es común. Así pues, para este Hombre Integral todo aquello que le rodea forma un todo con él mismo. No existe, para sus certidumbres, una discontinuidad entre el yo y el tú o entre sujeto y objeto. Es más, él no concibe estas mismas categorías (yo/tú, sujeto/objeto) como dotadas –cada una de ellas, por separado- de una entidad autónoma, pues de concebirlas admitiría un dualismo disconforme con su visión unitaria del mundo manifestado. Es así que para este Hombre Absoluto lo que le circunda no es disímil con respecto a él mismo, sino que, al contrario, forma un todo con él y supone una continuidad con su ser. Cualquier impulso de deseo de posesión queda, por absurdo, totalmente desvanecido; no tiene razón de ser. Y es que se desea lo que uno no tiene: lo que nos es diferente y, por tanto, ajeno a nosotros. No cabe, por el contrario, la sed posesiva hacia lo que forma parte de uno.» (https://septentrionis.wordpress.com/2010/01/03/existencias-agitadas-con-notas-sobre-el-consumismo/)
El accionar interiormente con el afán de conseguir logros transustanciadores resulta contraproducente con respecto a lo que se pretende, ya que el afán implica ansiedad y ésta -al igual que otras alteraciones de la psique, como las emociones, sentimientos, impulsos,…- debe ser dominada por tal de llegar a aquel estado de calma mental indispensable para poder, posteriormente, otear y, más aún, conocer otras Realidades que se hallan más allá de la sensitiva.
Por todo ello tanto el accionar externo como el interno deben hacerse con total desapego y con el total convencimiento de que responden a la máxima del hacer lo que debe ser hecho. «Golpea después de haber vencido» (vencido al convulso mundo psíquico y pulsional) reza un lema de las artes marciales chinas, pues el genuino artista marcial es aquel cuyo desenvolverse ocurre bajo un total autodominio interno en cuyo estado nada alterará su eficacia. «¡Golpea sin odio!», podríamos concluir.

El hombre diferenciado que pugna por serlo de la Tradición actúa siempre en conciencia, intentando en todo momento no bajar la guardia y sacralizando la cotidianidad. Nunca lo hará, pues, movido por otras motivaciones, como aquéllas de la búsqueda del aplauso de los demás para mayor gloria del ego ni lo hará para no desentonar con las dinámicas y los gustos de la mayoría (de la cantidad) para ser, así, considerado como uno más (un número más…) por la masa (como uno de ellos y no como un bicho raro). Siempre tendrá presente la cita anónima que dice que «apartemos de nosotros el mal gusto de querer coincidir con muchos».
Tampoco se desmoralizará si los resultados fruto de su accionar le son adversos o resultan estériles ante los procesos disolventes que se viven en esta fase terminal de la Edad del Lobo o kali-yuga, pues él hace lo que debe ser hecho y esto, ya en sí, le va transformando, por un lado, en su interior a base de la tenacidad, constancia y autodisciplina que se impone en cada momento y contribuye, por otro lado, a la armonía de la dimensión sutil del mundo manifestado. No necesitará, pues, la ayuda moral (los ánimos) de aquella sentencia cristiana, que nos recuerda René Guénon, de que «cuando todo parezca perdido es cuando todo será salvado» y que nos puede remitir (desde el enfoque de la ciclología Tradicional) a la idea de que después de la fase crepuscular de la Edad de Hierro acaecerá la Edad de Oro o Satya-yuga (siempre especialmente provocada -la eclosión de esta última- por una actitud activa por parte del hombre diferenciado -https://septentrionis.wordpress.com/2010/08/19/evola-frente-al-fatalismo/).

No tenemos mejor manera de concluir este escrito sobre el sentido del deber que tiene que hacer suyo el hombre que lucha por la Restauración de la Tradición que con lo inscrito en el monumento erigido al rey Leónidas y a sus espartanos cerca del Paso de las Termópilas que tan heroicamente defendieron, hasta la muerte, ante los persas invasores:
«Si vas a Esparta, caminante, diles que cumpliendo hemos caído».

Eduard Alcántara
eduard_alcantara@hotmail.com