Julius Evola. Septentrionis Lux


MARCHA MEGALÍTICA POR EL LITORAL (04-IV-2021)
abril 24, 2021, 6:35 pm
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MARCHA MEGALÍTICA POR EL LITORAL (04-IV-2021)

“Los Monumentos Megalíticos son fundamentalmente expresiones de un sistema de ideología-poder».

M. Larsson

“El megalitismo representa el inicio de la victoria del tiempo sobre el espacio” (1).

Bermejo Barrera

   La unión de las palabras griegas “mega” (grande) y “lithos” (piedra), dieron vida al término megalitismo; si bien hubo construcciones megalíticas en todo el orbe (Japón, Egipto, Isla de Pascua, en América, China, etc.), es concretamente en la Europa mediterráneo-occidental y atlántica donde se suele hablar con propiedad de una “Cultura o Civilización Megalítica” (2), un período extenso que comprende el Neolítico y la Edad de Bronce, es decir aproximadamente entre la segunda mitad del VI milenio antes de Cristo y la llegada de la Edad de Bronce, aunque las cifras que comprenden tal periodo suelen bailar, ya que por ejemplo el periodo más extenso de construcciones megalíticas se localiza precisamente en España, concretamente en el sudoeste ibérico donde abarca aproximadamente desde 4800 a. C. hasta 1300 a. C. Se encuentran grandes monumentos megalíticos diseminados por buena parte de la Europa occidental, pero los focos más importantes se hallan en Bretaña, sur de Inglaterra e Irlanda y sur (principal aunque no solamente como veremos más adelante) de España y Portugal. Los pueblos megalíticos eran pueblos ya muy alejados con la espiritualidad de los orígenes del presente Manvantara o Ciclo Humano, con cultos predominantemente matriarcales (culto a la «Gran Diosa» o «Gran Madre»), con sociedades donde al parecer predominaba el elemento ginecocrático y telúrico, un tipo de religiosidad y espiritualidad de carácter más bien pasivo y lunar (femenina), ello frente a las sociedades y civilizaciones propiamente indoeuropeas que acabarían desplazándolas o en algunos casos asimilándolas, mezclándose o conjuntándose con las precedentes -tal caso pudiera ser el de los íberos, un pueblo que algunos definen como proto-celta- (3); pueblos -los indoeuropeos- fuertemente jerarquizados, verticales, portadores de un tipo de espiritualidad viril, guerrera, heroica y activa, claramente solar y patriarcal.

   Existen varios tipos de megalitos, a saber: el Dolmen, el Menhir, el Crómlech, los Tholos, los falsos dólmenes y las Cuevas Artificiales. Cada construcción megalítica tenía una utilización o finalidad distinta; mientras el Dolmen era un monumento funerario, el Menhir era un monolito hincado en el suelo en posición vertical a modo de “antena telúrica”, un Axis Mundi punto de unión entre lo terreno y lo celeste, además de tratarse también, al igual que otros monumentos similares de la época, de construcciones funerarias, ya que a sus pies se han hallado tumbas con restos o cenizas de difuntos, cerámicas, etc. Los grandes conjuntos megalíticos serían Necrópolis y los Menhires habrían desempeñado el papel de lápidas vinculadas a la conmemoración a la vez ritual y cultual de los Antepasados; el Crómlech era el círculo de piedras -más o menos grandes- que rodeaban el túmulo de un dolmen; en cuanto a los Tholos se tratarían también de construcciones inicialmente funerarias de planta circular, como los usados, por ejemplo, en la cultura micénica; aunque con posterioridad se convertirían en templos circulares, siendo el más conocido el Tholos de Delfos. En España los Tholos más importantes son los de Los Millares (Almería) o el tholos de El Romeral, en Antequera (Málaga). En cuanto a las Cuevas Artificiales, parece bastante demostrada su finalidad fundamentalmente iniciática donde los clanes o sociedades de hombres efectuaban sus ritos de paso, que tras alcanzar el “segundo nacimiento” (el espiritual, por encima y más allá del puramente físico) eran considerados “Nacidos de la Piedra”; lugar por tanto de simbolismo cósmico y de nacimiento de Dioses Solares como Zeus, Mitra, Horus, Krishna, Cristo, etc. Como decía René Guénon, ya desde tiempos prehistóricos (o metahistóricos), “la Cueva simboliza el seno materno donde se gesta la vida. Es el lugar oscuro e interior que protege y protegido de las inclemencias exteriores. Fue también el primer Templo, la morada sagrada que los hombres compartieron con los espíritus protectores del clan o la tribu. Las pinturas paleolíticas se situaban en los lugares recónditos de las cuevas y también los más sagrados puesto que allí se realizaban los ritos mágicos para la supervivencia del grupo (sobre todo en relación a la caza o la guerra)”. Precisamente René Guénon recalca el carácter complementario de la Cueva con respecto a la Montaña, teniendo la primera un carácter y simbolismo femenino y lunar, masculino y solar la segunda.

   Parece claro que hay una conexión astronómica en muchos o casi todos los monumentos megalíticos, alineados en su mayoría hacia el Solsticio de Invierno. El hombre antiguo estaba conectado íntima y claramente con el Cosmos y con la Naturaleza como decía el gran Maestro Félix Rodríguez de la Fuente (aunque él siempre se centró y prefirió al hombre del Paleolítico, viendo en el hombre del Neolítico un principio de «ruptura» o de «desconexión» con aquellos), su visión simbólica (en griego “Symbolon”, lo que une…) y sagrada del mundo no creía en dualismos separativos, el hombre era un Microcosmos dentro del gran Macrocosmos, conexión que la Modernidad ha roto por completo convirtiendo al moderno subhumano progresista y democrático en una siniestra parodia diabólica del primero (en griego “Diabolo”, lo que separa, lo que desune, divide o dispersa…). Toda verdadera REVOLUCIÓN que se precie pasa por tanto en buscar esa íntima y sagrada unidad y correlación entre el hombre verdadero y su entorno, con la Naturaleza, con el Cosmos; recuperar esa dimensión de la trascendencia y de la sacralidad que la barbarie moderna ha hecho trizas. Citando de nuevo al gran Félix: “La cultura tecnológica está obligando al hombre a vivir en cárceles confortables, en inmensos laberintos sin horizontes, hechos de cemento, hierro y cristal”. La Centuria Pateadora Montañas Nevadas nuevamente en busca de esa Unidad perdida (más bien escondida, “subterránea” u “oculta” para el hombre-masa), en busca de esa España Ancestral de la que hoy sólo quedan sus ruinas, y son precisamente éstas las que hacen conectarnos simbólicamente con el espíritu de nuestros gloriosos Ancestros y Antepasados.

    Pues bien, precisamente todo este tipo de megalitos a los que hemos hecho mención más arriba, se encuentran un poco desperdigados por todo lo ancho y largo del Parque Natural de la Sierra del Litoral que engloba más de 4000 hectáreas entre las comarcas del Vallés Oriental y el Maresme, en la provincia de Barcelona. En esta ocasión la ruta efectuada fue entre los municipios de Premiá de Dalt y Martorelles, en total entre la ida y la vuelta cerca de 40 km con fuertes desniveles y barranqueras, aunque las montañas que forman esta cordillera apenas sobrepasan los 600 metros de altitud sobre el nivel del mar, pero el desnivel acumulado a lo largo de la extenuante travesía -tanto el desnivel positivo como el negativo-, fue más que considerable. En sus bosques predomina la encina y el pino, aunque en los valles más sombríos abunda también el roble.

   A lo largo de la marcha visitamos el Dolmen de Can Gurri, el Dolmen y Poblado Ibérico de Castellruf, el Menhir de Castellruf y la Cueva del Ca, iniciando la caminata desde la localidad de Premiá de Dalt siendo tres los camaradas participantes en esta fascinante ruta totalitaria y megalítica. Una vez llegados al pueblo de Santa María de Martorelles, un saludable y reconstituyente refrigerio en uno de los pocos bares que había abiertos, debido ello, sin duda, a la ola de estupidización y de cretinización covidiotil reinantes (¡¡¡lo que faltaba después del agilipollante “procés” separatista!!!). Finalizada la marcha, ya de vuelta en Premiá de Dalt, visita a la bella Iglesia de San Pedro, inicialmente de estilo románico (Siglo X) aunque reconstruida en el Siglo XVI; para variar también sufrió destrozos por parte de la canalla roja durante nuestra Cruzada como tantísimos otros monumentos arquitectónicos o edificios sagrados, concretamente en 1936, siendo nuevamente reconstruida por el Estado del 18 de Julio (también para variar…) Seguidamente se visitó el bello oratorio con la figura del Cristo crucificado que hay unos metros más abajo: “Jesucristo: Hijo, no te pese si vieres honrar y ensalzar a otros, y tú ser despreciado y abatido. Levanta tu corazón a Mí en el Cielo, y no te entristecerá el desprecio humano en la Tierra.” (Tomás de Kempis). Una vez dada por finalizada la larga ruta, buenas carnes y vinos nos esperaban gracias a la hospitalidad de uno de los camaradas participantes y residente de la zona. Como reza el dicho popular “pan, vino y carne, quitan el hambre”.

REVOLUTIO ET TRADITIO

Joan Montcau

(1)- “La oposición entre las civilizaciones modernas y las civilizaciones tradicionales puede expresarse del siguiente modo: las civilizaciones modernas son devoradoras del espacio, mientras que las civilizaciones tradicionales fueron devoradoras del tiempo” (Julius Evola). Mientras las primeras se caracterizan por el frenesí, lo orgiástico, lo cambiante, lo voluble, el deseo de posesión puramente material, la constante profanación de un espacio cada vez más desacralizado, la tendencia a la masificación y a la despersonalización del hombre en el caos de lo colectivo y telúrico-demoníaco, etc.; en cambio las segundas se caracterizan por su impresionante estabilidad, su “quietud”, su cosmovisión simbólica y sagrada del mundo, su identitarismo frente a la vorágine arrolladora del tiempo, del devenir y de la corriente involutiva y descendente de la historia (eso que la chusma califica de “progreso”). Nuevamente citando al Maestro romano, “ellas (las civilizaciones tradicionales) fueron islas, relámpagos en el tiempo; en ellas actuaban fuerzas que consumían el tiempo y la historia. Por ese mismo carácter que les es propio, es inexacto decir que «fueron”. Se debería decir, más justa y simplemente, que son”.

(2)- Oswald Spengler en su obra «La Decadencia de Occidente» expone en su análisis una dicotomía diferenciando los términos Cultura y Civilización propiamente dichos. Para Spengler la Cultura sería la primavera, el origen, la fase áurea y auténtica, por contra la Civilización sería el otoño-invierno, la decadencia, el anquilosamiento y la petrificación. Desde un punto de vista espiritual está claro que cuando hablamos de los pueblos megalíticos, lo hacemos de unos pueblos muy alejados ya con respecto a la espiritualidad de los orígenes (Edad de Oro) y del Hombre Primordial. Estaríamos pues hablando de pueblos, para utilizar una terminología evoliana, bañados por la «Luz del Sur». Luego llegarían los pueblos indoeuropeos (bañados por la «Luz del Norte») con un tipo de espiritualidad netamente superior -apolínea, viril, uránica-, ya más cercana o conectada con los orígenes solares y áureos del presente Ciclo Humano que ya toca a su fin, y que acabarían desplazando a los primeros. Desde un punto de vista spengleriano pues, los pueblos megalíticos estarían ya en su fase regresiva y decadente de «Civilización», mientras, los pueblos conquistadores arios o indoeuropeos se encontrarían en la fase de «Cultura».

(3)- Los pueblos íberos eran guerreros y sus sociedades aristocráticas, fuertemente jerarquizadas y organizadas en castas. La casta guerrera y noble era la que contaba con más prestigio y poder dentro de dicha jerarquía social; además practicaban también la cremación de los cadáveres al igual que la mayoría de los pueblos indoeuropeos, y dentro de la casta guerrera también se constituían Fratrías o Hermandades ascético-militares (Männerbunde) con cultos al furor y a la guerra sagrada, así como a la muerte triunfal (también exactamente igual que en otros pueblos indoeuropeos como los celtas o los vikingos). Sin embargo al parecer sus cultos y su espiritualidad eran predominantemente matriarcales; de hecho tanto Julius Evola como René Guénon también vieron en los celtas a un pueblo con un tipo de espiritualidad «mezclada», es decir una espiritualidad con elementos claramente solares, uránico-viriles y apolíneos, con elementos de tipo lunar o matriarcal: «la tradición celta podría considerarse probablemente como uno de los ‘puntos de unión’ de la tradición atlante con la hiperbórea, después del final del período secundario en que la tradición atlante representó la forma predominante y como el sustituto del centro original ya inaccesible para la humanidad ordinaria» (René Guénon). Según algunas teorías los íberos surgieron de un mismo sustrato o matriz genética indoeuropea de la que surgiría también lo céltico, pero que estaban en maridaje o simbiosis con el sustrato de los pueblos megalíticos del Neolítico que rendían culto a Damas de poder o a la Gran Madre. Al respecto nuestro frater y Doctor en Historia Sr. Gonzalo Rodríguez García nos dice: «Las culturas europeas de la Edad del Hierro generaron un universo ritual que vinculado a las cofradías guerreras, hacía de la magia y la licantropía un elemento esencial de su tradición. Dicha magia del “Guerrero Lobo” siendo conocida mayormente a través de la cultura vikinga, será sin embargo también rastreable en la antigua Hispania prerromana. Celtas, Iberos y Celtíberos parecerán conocer así de los ritos del “furor berserk”, si bien muchos siglos antes de que éstos se recogieran en las sagas escandinavas…

   Concretamente el mundo ibérico nos legará en este sentido un fascinante vaso litúrgico de alrededor del siglo II a.C. que directamente, parecerá apuntar al ceremonial del “Guerrero Lobo”: enmarcado en un paraje de naturaleza salvaje señalado con árboles y centauros, dentro de un círculo alrededor del cual parece darse una danza ritual, una cabeza de lobo surgida como de un nido de serpientes, devora o quizás encapucha una cabeza humana. Todo un mensaje para aquel que apurase el vaso hasta la última gota y contemplara desde el fondo del mismo, aquello que quizás había venido a buscar…

Una pieza casi única en el registro arqueológico europeo, conservada hoy día en el Museo Arqueológico Nacional, y que parecerá indicarnos en las raíces ibéricas de España, la llamada a la magia guerrera de la licantropía…» Su tesis doctoral «LA TRADICIÓN GUERRERA EN LA HISPANIA CÉLTICA» es una auténtica joya que todo camarada y disidente debería de leer y de tener en su biblioteca particular.