Julius Evola. Septentrionis Lux


DE ESCLAVOS A AMOS
abril 27, 2013, 9:23 am
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En ocasiones, sin pretenderlo, la vorágine del discurrir cotidiano nos arrastra y nos convierte en peleles agitados por el estrés que nos provoca todo lo que tenemos por delante que hacer. Nos vamos, progresivamente, enervando y alterando. Casi sin darnos cuenta nos topamos con las pulsaciones en aumento. Para nada controlamos la situación. Todo en las antípodas del ´señor de sí mismo´ del que habla el taoísmo. Nada que ver con aquél que se autogobierna. De la aspiración del autodominio se encuentra uno, en cambio,  totalmente dominado por la ansiedad que nos provoca el anhelar acabar todas las faenas pendientes. Del autocontrol que deberíamos tener se ve uno inmerso en un completo descontrol de la situación.
Deberíamos poner coto a estos lugares comunes. Deberíamos no actuar (o más bien ´ser actuados´) tal cual lo hace el común de nuestros congéneres, pues nosotros sabemos de lo nimio que el discurrir cotidiano representa frente a lo Superior. Debemos, pues, minimizar la importancia de todo aquello que no sea el buscar la elevación interior. Por ello cada vez que empecemos a notar que la situación nos domina y que altera lo que debería ser calma mental, deberíamos hacer un inciso en medio del tumulto y preguntarnos quién se está alterando …si es nuestro auténtica (y, por desgracia, adormecida) Esencia, si es lo que deberíamos ser o, por contra, es un yo condicionado, que se ha ido formando a lo largo de nuestra terrenal existencia, el que se está alterando. Ese yo debería ser ajeno a nosotros, pues representa lo alterable y condicionable por las vorágines que acontecen en el samsara; en el devenir. Nosotros debemos aspirar a subyugar a ese yo condicionado, pues en él pululan esas cargas emocionales que se exasperan y se inflan ante lo frenético de ciertas situaciones cotidianas. Esas cargas emocionales que nos provocan irritación ante contrariedades que aparecen en nuestro afanar diario o frente a individuos obtusos que en él se nos cruzan y entorpecen u obstaculizan la realización de nuestros quehaceres. Nos deberíamos siempre formular la preguntas: «¿quién se está irritando en este momento?» o «¿quién se está alterando ahora?». ¿Es lo más genuino, perenne e inalterable de nosotros lo que se está viendo sacudido por esas ciertas contrariedades y problemas con que nos solemos topar en el día a día o, por el contrario, es lo más superficial y desechable de nosotros lo que se está alterando? Con la formulación de estas preguntas seguramente relativizaremos de inmediato la presunta importancia de la situación que nos aturde y consigamos, con ellas, rápidamente, recobrar cierto sosiego. Es más que recomendable aquello de ´contar hasta diez´, para poner freno en medio del torbellino que nos arrastra en un momento dado, mientras nos formulamos dichas preguntas y encarrilamos nosotros la situación y la reconducimos. Es así cómo nos convertiremos en dominadores de ella y dejaremos de ser sus esclavos. De buen seguro nos empezarán a bajar las pulsaciones cuando tomemos conciencia sobre quién realmente se altera por la angustia que provoca el querer acabar una tarea o unas tareas o por el enfado que provoca una determinada situación o una/s determinada/s persona/s. El sofoco debe ir disminuyendo a la par que debe ir aumentando una sensación de control de la situación y de calma dominadora. No es más que ese yo aturdido, atolondrado y, en definitiva, condicionado que hemos ido segregando a lo largo de nuestra vida el que se exaspera sin sentido y a ese yo caduco hay que contemplarlo como a algo ajeno a nosotros: algo ajeno a nuestra más entrañable y profunda esencia; esencia que, por contra, es inmutable a la vez que inalterable.
En medio de estos momentos de perturbación podemos hacer una pausa e imaginarnos que nuestro Ser se convierte en un espectador que está viendo una película en la cual el yo condicionado (el actor) que, a lo largo de nuestra vida, hemos creado se agita y se agobia. Contemplaremos la película con distancia y serenidad si conseguimos concienciarnos de que el dicho actor (yo condicionado) es ajeno al espectador  (a nosotros: a nuestro Ser). Debería, incluso, llegar el momento en el que hasta nos pudiéramos reír al contemplar la agitación que turba a nuestro yo inferior (el condicionado), pues hasta tal punto habría llegado nuestro nivel de distanciamiento con respecto a él que sus «peripecias» obnubiladas en nada nos afectarían. Sin duda entonces podríamos hablar de que estamos recorriendo camino en el proceso descondicionador, que de continuarse -metódica y constantemente- por medio de éstas u otras técnicas y ejercicios podría, quién sabe, si completarse del todo hasta hacer efectiva aquella etapa que la tradición hemético-alquímica conoció como la de la nigredo o la de la limpia de escorias que habían abotargado nuestra psique en la forma de pasiones, sentimientos descontrolados, pulsiones de todo tipo y fuerte emocionalidad.
Como son muchos los condicionamientos que deberían ser superados y que se nos han ido incrustando, de forma progresiva, a lo largo de nuestra existencia terrena son muchos los yo inferiores que envuelven y ocultan a nuestro Ser. Se trata, pues, de ir, paulatinamente, despojándose de cáscaras (yo condicionados) hasta llegar al total descondicionamiento. Para ello también resulta adecuado, tras formularse la pregunta mentada sobre quién se está, realmente, alterando en una situación y en un momento dados, formularse -tras responder a aquélla- otra pregunta: «¿quién se ha formulado aquella primera pregunta…?» Y es que hay que tomar conciencia de si bien el formulador de ella empieza a descondicionarse y a alejarse de un primer yo inferior continúa, no obstante, siendo alguien condicionado al que hay que despojarle de otra cáscara (de otro yo inferior); y después de otro y tras de éste de otro más,…. Hay que ser conscientes de que quien formuló la primera pregunta no fue nuestro Ser sino otro yo condicionado. Tras responder a la segunda pregunta deberíamos meditar sobre los condicionamientos que aún atenazan a quien la formuló y, tras esto, formularnos una tercera: «¿quién se ha formulado la pregunta al respecto de quién se formuló la primera pregunta?». La serie de preguntas debería seguir y no acabar hasta que no hayamos desenmascarado a todos los yo condicionados e inferiores y hasta, por supuesto, que, desde la distancia que nos dé el contemplarlos como ajenos a nosotros (a nuestra esencia), no nos hayamos desasido (y deshecho) -dominándolos- de ellos: no nos hayamos, de hecho, descondicionado del todo …no nos hayamos librado de esas cadenas que nos mediatizan, aturden y esclavizan (a la vez que, en la forma de esos ´yo´, tapan y ocultan nuestra Esencia Imperecedera) y no nos hayamos convertido en amos de nosotros mismos.

En otro orden de cosas, y como efecto colateral, en nuestras faenas cotidianas conseguiremos ser más eficaces y eficientes (al realizarlas sin estar alterados y/u ofuscados; o estándolo en menor medida). Nuestra mente calma estará en mejor disposición de encontrar las mejores soluciones a los problemas y obstáculos que puedan aparecer.
Inmersos en nuestro mundano trabajo y en nuestro cotidiano discurrir debe prevalecernos la máxima de ´la faena bien hecha´, pues la búsqueda de la perfección circunda el camino de la belleza y ésta es como un reflejo de la armonía del Todo. A través de la búsqueda de la perfección uno abre puertas que puede recorrer (a través de la vía interior) para aspirar a Identificarse ontológicamente con el plano sutil y Suprasensible del cosmos (la albedo hermético-alquímica). Y a través, entre otros medios, de la búsqueda de esa perfección en nuestro desenvolvernos cotidiano uno -tras la consumación de la albedo- puede incluso aspirar a ser uno con la Perfección Suprema (rubedo): a ser uno con el Principio Primero Incondicionado, Imperecedero, Indefinible e Inmutable -Braman- que se halla en el origen del mundo manifestado y que además, ¡y no lo olvidemos!, aletargado y tapado por múltiples capas de yo condicionados, también anida en el interior de cada uno de nosotros (Atman). Despertarlo y consumar la rubedo es la meta suprema del Hombre de la Tradición.

Más que en la meta fijada de acabar la faena que, en nuestra vida cotidiana, estemos llevando a cabo, nos debemos concentrar en (de acuerdo a una máxima del hermetismo)´hacer lo que debe hacerse´, en cada momento y en cada instante, porque nuestras pequeñas acciones (de acuerdo a ´la faena bien hecha´) nos tienden puentes hacia el mundo Metafísico y secundan la Ley Suprema (Dharma) por la que se rigen las dinámicas de las fuerzas sutiles (numens) que componen el entramado del cosmos …de este modo nos pueden facilitar -esas acciones cotidianas- la búsqueda de ese plano sutil y Superior de la realidad.
Si nos concentramos en ´la faena bien hecha´ y, en cada momento y en cada instante, en ´hacer lo que debe hacerse´  no nos dejaremos arrastrar por la obsesión que causa el no pensar más que en acabar nuestras tareas cotidianas. No seremos presas de esa ansiedad que turba al yo condicionado. Así, los acontecimientos no nos arrastrarán, porque nosotros fijaremos el tiempo y eternizaremos (sacralizaremos) el instante al buscar la perfección en cada una de nuestras acciones. Nosotros mandaremos. Nosotros dominaremos. Nosotros nos erigiremos en ´señores de sí mismo´ (de nosotros mismos). Dejaremos de dejar de ser esclavos del tiempo, de las circunstancias y de los yo inferiores para convertirnos en amos de nosotros mismos.

Eduard Alcántara
eduard_alcantara@hotmail.com



EL HOMBRE DE LA TRADICIÓN (VIII): EL DESCONDICIONAMIENTO
abril 20, 2013, 2:58 pm
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EL HOMBRE DE LA TRADICIÓN (VIII): EL DESCONDICIONAMIENTO

Existe un proceso de condicionamiento que podríamos calificar como de natural y que no es otro que aquél que acontece en el ser humano, antes de su nacimiento, cuando aún se halla en período de gestación. La doctrina budista de los nidana nos lo explica con suma claridad y detalle (https://septentrionis.wordpress.com/2009/02/08/consideraciones-metafisicas-sobre-el-aborto-la-doctrina-de-los-nidana/) y nos expone cómo a partir del séptimo nidana (o estado o elemento condicionados) -de un total de doce- el ser humano se va, paulatinamente, condicionando y acoplando en sí emociones, sentimientos, impresiones, anhelos y apegos aun antes del momento del parto.
El ser ya nacido irá, a lo largo de su vida, engordando todas estas cargas mentales -en mayor o menor medida, dependiendo de sus circunstancias y de su particular forma de ser- en lo que constituiría otro proceso de condicionamiento al que ya no podríamos definir como de natural sino de saturador y hasta perturbador; además de alienante.
La primera tarea interna -Iniciática- que aquel hombre diferenciado que se haya propuesto ser también Hombre Tradicional debe emprender es la de que (que de igual modo que se ha ido condicionando) se vaya descondicionando mediante ascesis -esto es, trabajo interno, metódico y riguroso- que consiga romper vínculos y ataduras turbadoras que enturbian la mente y no le permiten a ésta experimentar la calma y el sosiego necesarios e imprescindibles para que este hombre diferenciado pueda, después, adentrarse en otros procesos transfiguradores que le permitan la percepción de Realidades de tipo sutil y Suprasensible; percepción que ocurriría -empleando una imagen clarificadora- tal como si se reflejaran en un limpio espejo que no sería otra cosa que la mente descondicionada de todo aquello que la obnubila y la ciega.
Todo este proceso (la obra al negro o ´nigredo´ alquímico-hermética) correrá un camino inverso al del condicionamiento que ya desde ese momento prematuro del séptimo nidana se había iniciado.

En ocasiones la tradición hermética ha asociado al elemento agua con el caudal de emociones, sentimientos y pasiones que no dejan al hombre obrar con templanza y buen criterio. Por ello un adagio hermético decía: «Convertirás en piedra el agua de los torrentes» («Aqua torremtum convertes in petram»), pues de lo que se trata es de fijar (´convertir en piedra´) todo lo que fluye en nuestra psique; se trata de dominarlo tras su previa minimización.

No se siente apego si, previamente, no se desea algo y no se desea algo si dominamos el sentido que tras entrar en contacto con ese algo ha querido repetir -ha anhelado- la experiencia. Se trata, pues, en primera instancia de dominar los sentidos y no ser esclavo, por tanto, del mundo sensual y/o sensitivo para poder, después, experimentar el desapego que nos ayudará a empezar a ser verdaderamente libres con respecto a cualquier tipo de dependencia. Y se trata, asimismo, de superar el apego hacia aquello que se posee siendo fiel al espíritu de aquella enseñanza del estoicismo que propugna el saber distanciarse de los bienes materiales que uno tiene en propiedad o, lo que vendría a responder a la misma idea, ´poseer sin ser poseído´.

El hombre descondicionado no necesita de nada, pues experimenta la superación del deseo y experimenta el desapego. Al no necesitar de nada se convierte en -según la expresión taoísta- ´señor de sí mismo´. Es capaz de autogobernarse. Tiene dominio de sí mismo, pues se ha erigido en el ´autarca´ que no depende del otro -no depende del tú: de lo externo a él- (figura ésta del ´autarca´ a la que nos remitía Evola en su temprana ´etapa filosófica´). Y como este Hombre no necesita de nada hace honor a los versos de Lao-tsé cuando en el capítulo XXXIII (por nombre «Discriminación») del Tao-tê-king dice que «quien se conforma con lo que tiene es rico.» Y es que la sed de posesión de lo fútil, banal y superfluo aboca al hombre a la sobredimensión de su componente físico de manera inversamente proporcional a lo que sucederá con su dimensión Trascendente. No en vano así nos lo recuerda aquella contundente sentencia de que «cuanto más tenemos menos somos».

A los ojos nítidos y clarividentes de la Tradición resulta evidente que quien es esclavo de necesidades sensitivas se pierde en el mundo superficial de los sentidos y se incapacita de cara a la introspección necesaria para la búsqueda del Ser. Y es que un anónimo reza que «por ganar la tierra se ha perdido el Cielo».
No bajar la guardia, mantener la tensión interior, no relajarse, no caer en la vida muelle, no bajar en ningún momento los brazos, no cejar en el porfío por disminuir nuestras necesidades, no crearse uno -pues- nuevas dependencias ni acrecentar las que ya se tienen, alejarse de aquello a lo que aboca el samsara -el devenir, lo caduco- son presupuestos que se deben tener, permanentemente, presentes para no perder la posibilidad de acercarse a lo Sagrado y permanente. Hágase caso del viejo pensamiento que afirma que «el trabajo que aumenta las necesidades es vano. El que las disminuye es sagrado. El mundo practica el primero. Los Sabios ayudan al segundo».
De no bajar la guardia hemos hablado pues en caso contrario fácilmente nos envolverá la ensoñación del mundo sensitivo que nos impedirá cualquier posibilidad de despertar a las Realidades Suprasensibles. De no bajar la guardia, pues tal como advierte el credo samurai «no tengo enemigos, del descuido hago mi enemigo», ya que «no es blando el camino del Cielo» (recordaba Lucio Anneo Séneca) y ya que ninguna conquista Superior nos vendrá dada, pues es el hombre el que debe conquistar con porfío la Inmortalidad (o, si se prefiere, la Eternidad) sin esperar ´gracias divinas´ en las que sólo creen las religiones fideístas y meramente devocionales y en las que no creía el neoplatónico Plotino cuando aseveraba que «no existe un dios que combata en lugar de nosotros». (Para mejor asentar lo expuesto en estas últimas líneas no estaría de más la lectura de nuestro «El Hombre de la Tradición (V): el guerrero».)

Muchos textos esotéricos han presentado la figura del ´niño´ como imagen en la que poder mirarse si se tiene intención de transitar por los arduos derroteros que deberían llevar al hombre diferenciado hacia su descondicionamiento, pues el niño todavía no ha sufrido, por una cuestión de tiempo, el abotargante proceso condicionador del que sí se han imbuido la práctica totalidad de nuestros semejantes adultos; proceso condicionador que deriva tanto del anormal crecimiento del mundo incontrolado y caótico del subconsciente y del inconsciente como de la acumulación mental de esquemas racionalistas y especulativos que impiden la elevación del hombre hacia el conocimiento de la realidad Metafísica y hacia el identificarse ontológicamente con ella. Y proceso condicionador, asimismo, que deriva de la inoculación en el cerebro de la perniciosa idea de que la única vía de conocimiento posible es la propia de un ´método empírico´ que, en realidad, sólo puede llegar a conocer del mundo fenomenológico y nunca del plano de la realidad -sutil- que se halla más allá del mismo y que se constituye en su motor. Y es en orden a lo expuesto en este párrafo por lo que Lao-Tsé aconsejaba «renunciar a toda ciencia y estaréis libre de todas las preocupaciones» (´ciencia´ profana, se entiende, y ´preocupaciones´ meramente fenomenológicas, así como mundanas y dispersadoras).
Es, pues, que al niño todavía no le subyugan tantos vínculos atadores como sí, por contra, acontece con el adulto. Y de eso se trata en el proceso de descondicionamiento al que aspira aquél que quiere erigirse en Hombre de la Tradición: de eliminar y destruir vínculos, ataduras y condicionantes que barrenan la consecución de la auténtica Libertad.

Este Hombre de la Tradición no padece necesidades, no anhela nada. Su búsqueda transfiguradora la realiza sin experimentar el deseo de consumarla. La realiza con templanza de ánimo. Con total dominio de su mundo psíquico. Su mente no funciona a antojo, sin criterio y alocadamente sino bajo su total control. Por no anhelar no anhela ni la felicidad, pues ésta sólo se experimenta cuando no se la desea, ya que el desearla crea desasosiego y éste está reñido con aquélla. La felicidad, con minúscula, viene -según el saber Tradicional- asociada a la calma y al autocontrol mental. La Felicidad, con mayúscula, equivaldría al Despertar, por parte del Hombre Absoluto, al Principio Superior Incondicionado. De la que escribimos con minúscula nos enseñaba sabiamente Séneca que «felicidad es no necesitar de ella»,.

Eduard Alcántara
eduard_alcantara@hotmail.com



Reflexiones contra la modernidad
abril 8, 2013, 6:39 am
Filed under: Eduard Alcántara
 reflexiones
Reflexiones contra la Modernidad
POR
EDUARD ALCÁNTARA
 
Prólogo: Santiago de Andrés
Diseño: Fernando Lutz
Maquetación: Manuel Q.
Colección: Hermética
Papel blanco 90gr.
Páginas: 265
Imágenes b/n:
Tamaño: 21 x 15 cm
Edición en rústica (cosido) con solapas de 8 cm
P.V.P.: 19’5 €
(Gastos de envío no incluidos)
ISBN: 978-84-940846-3-8
www.edicionescamzo.com
http://edicionescamzo.blogspot.com.es/
Pedidos a: edicionescamzo@yahoo.es
Sabadell-CAM:
0081 3176 22 0006048819
SINOPSIS
El presente libro es el resultado de un compendio de escritos. En la selección que, de cara a la composición de esta obra, hemos realizado nos ha guiado el criterio de que los textos tuvieran un enfoque, impregnado hasta la médula, de Tradicionalismo. Es, en nuestro caso particular, Julius Evola quien más certeramente nos ha transmitido cuáles son las esencias y los atributos del Mundo Tradicional.
Podríamos, a nuestra modesta escala, parangonar este nuestro libro con la obra capital del gran maestro italiano (“Rivolta contro il mondo moderno”) en el sentido de considerar que el título del mismo en realidad representaría algo así como la consecuencia reflexiva que debiera hacerse tras su lectura.
La exposición y la reivindicación, que en nuestros textos realizamos, de los ejes y de las doctrinas Tradicionales se ven acompañadas por nuestra denuncia de la gran infatuación representada por la modernidad, pues el Mundo Tradicional constituye la antítesis del mundo moderno.
Nos congratulariamos si la lectura de la presente obra sirviera para que algunos -bien intencionados- que pretendes encarnar íntegras alternativas al Sistema que nos aliena se sacudan ciertas escorias ideológicas que puedan no hacerles valedores de una cosmovisión básicamente opuesta a la de este deletéreo mundo moderno.
Eduard Alcántara
ÍNDICE
Prólogo por Santiago de Andrés
Introducción
I – Cosmovisiones Cíclicas y Cosmovisiones Lineales
II – Los Ciclos Heroicos
III – Evola frente al Fatalismo
IV – El Imperium a la Luz de la Tradición
V – Cabalgar el Tigre
VI – El Estado Primordial o la Obra al Negro
VII – Críticas de Evola al Vedânta
VIII – La Ilusión Reencarnacionista
IX – Consideraciones Metafísicas sobre el Aborto.
La Doctrina de los Nidana
X – José Antonio y Evola
XI – El Islam y la Tradición
XII – Evola y el Judaismo (Primera parte)
XIII – Evola y el Judaismo (Segunda parte)
XIV – ¡Qué nos disculpe Evola!
XV – El porqué de la parálisis de Julius Evola
XVI – Julius Evola, un Hombre de Acción
XVII – Existencias agitadas
(con notas sobre el consumismo)
XVIII – El Infantilismo,
denominador común de nuestros tiempos

XIX – La Lucha Interior (a modo de epílogo)